“Voy a estar donde el gobernador me lo pida”, fue la frase que disparó el debate. Una declaración ambigua que, en el lenguaje político, puede significar cualquier cosa. Y en este caso, significa mucho: si Martín decide no asumir, estaría contradiciendo el espíritu de representación que prometió en campaña y dejando vacía una banca que la ciudadanía creyó estar eligiendo para él.
El resultado de las elecciones lo dejó en segundo lugar, lo que complicó los planes iniciales del oficialismo, pero de ninguna manera deslegitima el mandato popular. La banca es suya por derecho y por voto. Sin embargo, en los pasillos de Casa de Gobierno aseguran que su eventual decisión de quedarse como vicegobernador responde a una lectura interna de poder más que a una cuestión institucional. En otras palabras: la jugada sería política, no personal.
Lo cierto es que, de concretarse su no asunción, el orreguismo enfrentará una tormenta de críticas. No solo por dejar sin efecto una candidatura que prometía “representar a San Juan en el Congreso”, sino porque institucionalmente dejaría al Ejecutivo provincial en una situación compleja: la vicegobernación quedaría acéfala, sin reemplazo directo, y el oficialismo debería resolver un enroque político en plena transición legislativa.
Más allá de los tecnicismos, lo que está en juego es la credibilidad. En un contexto de desconfianza generalizada hacia la política, los gestos cuentan. Y pocos gestos resultan tan negativos como el de ganar una elección y no asumir el cargo para el que la gente votó. Si Fabián Martín decide quedarse, el mensaje será claro: los cálculos de poder pesan más que la voluntad popular.
Por ahora, el vicegobernador guarda silencio y evita definiciones. Pero cada día que pasa sin una respuesta concreta alimenta las sospechas de que su candidatura no fue más que una pieza táctica en el tablero del poder sanjuanino. Y si así fuera, la pregunta que muchos se hacen tiene más fuerza que nunca: ¿Para qué se postulan si no piensan asumir?
